FUROR KETO

Si bien no es un modelo de alimentación nuevo, se trata de una de las dietas más nombradas por estos días. ¡A conocerla mejor!

Tal vez no todos hayan escuchado hablar de la alimentación cetogénica, pero seguro les suena la palabra “Keto”. Estamos hablando de lo mismo, solo que esta dieta se hizo popular por la abreviatura de la palabra inglesa Ketogenesis. 

Su estrategia consiste en bajar los hidratos de carbono a menos del cinco por ciento de ingesta diaria, para lograr que el cuerpo entre en cetosis. De esa forma, todo el combustible necesario empezamos a buscarlo en las grasas y en los cuerpos cetónicos.

Lejos de ser una modalidad de estos tiempos, nació a principios del siglo XX, como un tratamiento para aminorar las crisis epilépticas. Al reducir el nivel de flujo de glucosa hacia el cerebro, mejoraba ese tipo de patologías y los trastornos de hiperactividad. 

Con el paso de los años, se abrió paso en el mundo de la nutrición y se convirtió en uno de los planes bajos en carbohidratos más conocidos; no solo empujado por la creciente demanda del descenso de peso corporal, sino por la avalancha de ultraprocesados que se instalaron en la sociedad y comenzaron a generar estragos en la salud. 

¿Por qué grasas en lugar de carbohidratos?

Durante muchísimo tiempo nos dijeron que las grasas son perjudiciales para la salud y, mientras tanto, nos llenaron las alacenas de productos cargados de hidratos de carbono refinados; pero descriptos como light por ser bajos en grasas, algo que coincidió con el crecimiento de la obesidad a nivel mundial. Hoy sabemos que las grasas buenas son fundamentales para el organismo y que pueden metabolizarse sin generar efectos adversos.

Cuando elevamos el consumo de grasas y disminuimos el exceso de carbos al que estamos acostumbrados, generamos en el cuerpo un reajuste en su modo de obtener la energía. La glucemia se estabiliza, la insulina disminuye y el proceso de utilización de la grasa se hace más ágil

De todas formas no hace falta llegar a la reducción de carbos que plantea una dieta Keto para empezar a notar ese efecto metabólico; una dieta low carb, en donde los hidratos bajan a menos del 30% de la ingesta diaria, ya empieza a generar un impacto positivo: en ambos casos, estamos hablando de organizaciones alimentarias muy desinflamatorias, y resultan muy eficaces en quienes presentan cierta adicción a los productos ultraprocesados, las harinas o los azúcares y no consiguen moderarlos.

Lado A y lado B

Empecemos por su lado B: la dieta keto no es un método sencillo de encarar; de hecho, no se trata de un tipo de alimentación que muchas personas elijan mantener como estilo de vida, sino que es más usual que lo utilicen como estrategia para llegar a un objetivo determinado.

¿Por qué no es tan fácil? Porque conlleva un proceso de adaptación que hay que estar preparado para transitar. 

El cuerpo, ante un descenso tan marcado de los hidratos de carbono, no va a tener muy claro lo que le está pasando y puede manifestarlo con un cuadro llamado ‘keto flu’. Con síntomas como fatiga, calambres, insomnio, falta de concentración y mareos.

Lo bueno, y aquí llegamos al lado A, es que todo eso es señal de que estamos yendo en la dirección correcta. Pasada esa fase inicial, el organismo se estabiliza y entramos en una etapa en la que el hambre, la necesidad de picoteo y la ansiedad vinculada a la comida quedan a un lado. 

En ese momento es fundamental reconocer cuáles son esas famosas grasas que vamos a incrementar, porque la idea no es vivir a panceta y terminar con el colesterol por el cielo, sino buscar buenas grasas como las que nos ofrecen la palta, los pescados o los aceites vegetales. Las proteínas que escojamos también deberán ser de buena calidad y la ingesta de agua tendrá que ser la adecuada para no complicar los procesos metabólicos. Si no tomamos todos esos recaudos y lo hacemos a partir de una planificación consciente, vamos a pasar de una mala alimentación a otra mala alimentación. Y eso no tiene ningún sentido.