¿PLACER = FELICIDAD?

Conocer la diferencia puede ayudarte a mejorar tu alimentación.

Los seres humanos tuvimos que ser muy ingeniosos para sobrevivir. Y en el camino, fuimos tan pero tan creativos, que en un punto comenzamos a diseñar nuestros propios “venenos”. Como digo en mi primer libro, Método #MarchettiRules, la actitud para aprender a nutrirte y comer lo que quieras, elegimos cambiar un árbol lleno de naranjas por una góndola repleta de alfajores. Y a eso le sumamos las largas maratones de series en el sillón, tan diferentes a los días de caza y pesca de nuestros antepasados.

Todo eso lo hicimos en nombre del placer, en una carrera vertiginosa por ser más y más felices. Como si una cosa y la otra fueran lo mismo. Cuando, desde el punto de vita de la biología, el placer y la felicidad son prácticamente opuestos.

Voy a compartirles algunos conceptos que escuché hace un tiempo, en una charla en la que un especialista en neurociencias narraba las diferencias:

  1. El placer es de corta duración y siempre necesitamos más. La felicidad es mucho más estable.  
  2. El placer es tangible y repetible, la felicidad, intangible; es un estado, no algo que puede otorgarnos un producto.  
  3. El placer es tomar, la felicidad es conectar.
  4. El placer puede alcanzarse con sustancias específicas, que luego precisamos repetir, la felicidad es un proceso multicausal.
  5. El placer se experimenta y luego nos hace sentir vacíos, necesitando más. La felicidad nos colma.
  6. Todos los extremos del placer llevan a la adicción, ya sea de sustancias o de conductas. En cambio, no se puede ser «adicto» a demasiada felicidad. Justamente porque da paz y nos desconecta del tener para conectarnos con el ser.

Y la última y más importante: El placer es dopamina, la felicidad es serotonina. Cuando las células del cuerpo reciben mucho de la primera, generan un mecanismo de defensa bajando su nivel de receptores. Entonces, necesitamos cada vez más de eso que nos da placer, si queremos seguir sintiendo lo mismo. Nos hacemos adictos. La serotonina, en cambio brinda tranquilidad, satisfacción.

La moraleja es que en tanta búsqueda de placer, somos cada vez más infelices. En lugar de evolucionar, involucionamos. El placer nos lleva a comer en exceso, a querer saciarnos con los productos que nos venden bajo el lema de ser “mejores”, de estar más “plenos”. Y la felicidad está en la salud, en sentirnos bien con nosotros mismos. Algo que solo se logra con planificación y consciencia plena de nuestras decisiones.

Hay un debate eterno entre quienes comen por estricta necesidad y quienes lo hacen porque “los hace felices”.

“Si no me da hambre, ni me acuerdo de comer”, suelen decir los primeros. “No importa si tengo hambre o no, a mí lo que me gusta es comer”, argumentan los segundos. Y lo cierto es que el hambre real y el hambre emocional no están tan separados.

Lo que sí es importante es dejar de ponerle a la comida una responsabilidad tan alta como la de hacernos felices. Hasta que no dejemos de confundir el placer con la felicidad, no vamos a encontrar un verdadero camino de cambio personal y cultural.